A propósito de la epidemia vampírica del siglo XVIII
y el imaginario del vampiro en Europa Oriental y Occidental.
PRÓLOGO
El miedo, la inseguridad que lo produce y las crisis económicas, sociales o políticas, suelen parir monstruos.
A nada de esto es ajeno el siglo XXI, natural prolongación de una centuria que fue testigo de los escándalos éticos más hipócritas y aberrantes que hayamos registrado; y, como es lógico, nada bueno pudo derivarse de todo aquello, muy a pesar de los enormes avances tecnológicos alcanzados en algunas partes del llamado “mundo civilizado”.
Los viejos demonios del hombre, esos que surgieron en las antiguas cuevas del paleolítico, sobrevivieron con fuerza inusitada, recreando un complejo panorama cultural, enredado e interesante, en el que el imperio de los ordenadores, las tablets y la telefonía celular de última generación, el wifi y la Internet, no desplazaron del todo a la magia ni a la brujería.
El más acabado irracionalismo convive con el pensamiento académico-técnico más serio, entreverándose y desdibujando lo que por un tiempo fue la nítida frontera que separaba la realidad de la ficción. Siempre ha sido así. Lo que sucede es que hay momentos en que lo sobrenatural tiene más prensa que en otros, consiguiendo de esa forma instalarse en el imaginario colectivo con la misma fuerza con que se instala la existencia de un árbol o una cerro.
Hoy debilitado, el racionalismo deja caer, allá y acá, el muro de contención que nos aislaba de las maravillas; y lo que es peor todavía, aúna sus fuerzas con su principal enemigo racionalizando lo irracional a través de los medios tecnológicos que, al menos en teoría, deberían permitir una medición, control y lectura más acabada del mundo.1
La necesaria cuota de trascendencia y misterio que muchos sueñan alcanzar es una muestra, no demasiado evidente a primera vista, de una época que desea y requiere apartarse del desangelado y materialista universo que construimos desde la Ilustración del siglo XVIII. Como entonces, las enfermedades, el hambre, la injusticia y la ignorancia que sufren legiones de personas, las guerras, los desplazamientos forzados, el renovado racismo y los malditos estereotipos que se derivan de todo ello, retroalimentan actitudes y situaciones que los historiadores hemos visto y estudiado en el pasado (remoto y no tan remoto).
El propósito de este trabajo es analizar la famosa epidemia vampírica que se desató en Europa oriental (y por contagio, también en la occidental) durante el siglo XVIII; rescatando las semejanzas que existen con la actualidad, al tiempo de revelar la “larga duración” de las mentalidades, detectando ese sustrato profundo y casi inalterable que las sociedades arrastran a lo largo del tiempo.
Acercarse a la epidemia de vampiros que se dio en pleno Iluminismo es también encontrar el origen (occidental al menos) del mito más extendido y lucrativo de los siglos XIX y XX: el de los muertos-vivos bebedores de sangre.
Muchas cosas han cambiado. No hay duda de ello. Pero las permanencias sorprenden. Y eso es lo que pretendo que el lector detecte en las páginas siguientes.
Encaro, por fin, una deuda personal pendiente con los seres que más me aterrorizaron durante la infancia: los vampiros.
Buenos Aires, Argentina
Julio 2014