Celeste Avendaño - Alejandro Gamen | La literatura japonesa moderna*

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La Era Meiji (1868-1912) marcó el declive de la clase samurai y de las antiguas tradiciones, debido a la reapertura del país al Occidente, después de más de dos siglos de aislamiento económico y cultural.

Las dos primeras décadas de la Restauración Meiji fueron un período de vertiginosa asimilación de las ideas que ingresaban al país después de siglos de aislamiento. Conjuntamente con los veloces cambios que se daban en toda la vida de la nación, las generaciones literarias se sucedieron a un ritmo tres veces más rápido que en Europa, imitando la literatura occidental a medida que la iban conociendo. Aquellos autores que lograron mantener el éxito en su producción por más de diez años son considerados los grandes maestros de la literatura contemporánea, y aún las figuras prominentes de un movimiento solían pasarse tiempo después a otros grupos o escuelas más avanzados. Así, por ejemplo, el gusto literario japonés transitó en menos de dos décadas desde Shelley a los simbolistas franceses.

Neorrealismo

Hacia el fin de la primera guerra, reaccionando a la vez contra el exacerbado individualismo compartido por naturalistas e idealistas, varias corrientes literarias, reunidas bajo el lema del neorrealismo, intentaron dar contenido social a la realidad reflejada en su producción artística. Mientras unas se apoyaban en la objetividad otras proyectaban a primer plano la subjetividad de sus autores. Los humanistas se inclinaron por el primer criterio. Pero más sólidas resultaron las búsquedas angustiosas de autenticidad en dos grupos que señalaron una etapa gloriosa de la narrativa contemporánea: los estilistas y los intelectualistas. Los primeros exageraban la importancia de la técnica; en cambio los intelectualistas se desvelaron por encontrar un camino por encima de los sentimientos y las convenciones. Entre estos últimos el más reconocido fue Ryunosuke Akutagawa.

Ryunosuke Akutagawa (1892 – 1927)

Este torturado autor, la figura cumbre de la narrativa contemporánea japonesa, volcó en nerviosos e incisivos relatos de personajes desequilibrados, sus angustiosas crisis depresivas que lo llevaron al suicidio. Exponente del liberalismo pequeño – burgués, Akutagawa percibió lúcidamente que la cultura que lo nutría y que él defendía (individualista, diletante) representaba un ciclo perimido por el avance de las fuerzas sociales y las ideologías contemporáneas. Toda una época, una moral, un mundo, se derrumban con el artista que muere dejando una sintomática expresión: “una vaga inquietud…”.

Muchos de sus primeros trabajos estaban ambientados en el Japón antiguo pero el autor los plantea desde un punto de vista psicológicamente moderno. De hecho, muchas historias están basadas en cuentos folklóricos japoneses pero, mientras la fuente es clásica, Akutagawa siempre tiene en cuenta la modernidad que afecta a la sociedad y cultura japonesa.

Esto puede verse claramente en su cuento Los kappa, una sátira sociopolítica en donde el autor utiliza una criatura del folklore japonés, el kappa, en el contexto de una sociedad antiutópica que muestra la decadencia que estaba viviendo el pueblo japonés:

“(…) En el país de los kappas se inventaban setecientos u ochocientos sistemas de fabricación nuevos por mes y todos los procedimientos referidos a su puesta en práctica se efectuaban masiva y velozmente, sin necesidad de recurrir a la mano de obra. Esto había dado lugar en los últimos tiempos, me contó el ingeniero, al desempleo de más de cincuenta mil trabajadores. Pero a pesar de esto, jamás pude ver la palabra `huelga’ en los diarios. (…)
—Todos esos trabajadores son exterminados. Mire este diario. Este mes, sesenta mil setecientos sesenta y nueve trabajadores quedaron sin trabajo; el precio de la carne bajará proporcionalmente.
—¿Pero los obreros se entregan a esta masacre sin protestar?
—¿Y de qué les serviría protestar existiendo una ley que ordena su exterminación? (…)
—Son medidas de interés nacional que evitan situaciones horribles, como la de desfallecer de hambre o suicidarse. Sólo hay que obligarlos a aspirar una pequeña cantidad de gas tóxico. Las víctimas no sienten casi nada.”

Símbolo del dilema de identidad espiritual que atenaceaba al Japón de entreguerras, la muerte de Akutagawa cierra un ciclo brillante de producción literaria y abre paso a un período tumultuoso donde la violencia y el absurdo trabajan implacablemente para llevar a toda una nación a la locura colectiva.

Hizo de los cuentos su medio principal de expresión, y llegó a escribir más de 150 de ellos en su corta vida. Una de sus obras más famosas, En el bosque, fue llevada al cine por Akira Kurosawa en su película Rashomôn. Otros de sus cuentos más conocidos son El biombo del infierno, Los Kappa, Los engranajes, así como Rashomôn.

Proletarios y Neosensualistas

En medio siglo, la literatura japonesa había descontado, como en muchos otros planos de la vida nacional, la ventaja que le llevaban sus modelos europeos. Al morir Akutagawa, sus colegas se inscribían ya en los movimientos de vanguardia que sacudían a la literatura universal. Dos tendencias se ponen entonces de manifiesto, que no logran sin embargo, eclipsar a las generaciones anteriores como había ocurrido hasta entonces.

Una nueva oleada de europeísmo entró a Japón trayendo el surrealismo, el dadaísmo, el expresionismo y el futurismo. Uno de los abanderados del neoimpresionismo fue Yasunari Kawabata.

Yasunari Kawabata (1899 – 1972)

Fue el primer japonés ganador del Premio Nobel de Literatura por su prosa despojada, lírica y sutil. Maestro de la ficción psicológica, Kawabata irrumpió en el período neosensualista con La bailarina de Izu y País de nieve; a diferencia de Akutagawa, su técnica narrativa ahonda en la tradición más arraigada, y de la influencia occidental sólo se perciben los destellos de un estilo descriptivo sofisticado y complejo.

“Era uno de esos cálidos días de finales de otoño cuando la isla de Oshima se ve en medio de la bruma. Los barriletes rozaban la superficie o se hundían en el mar calmo. En un extremo del césped había una hilera de pinos, contorneando el mar con su verde. Varias parejas de recién casados estaban de pie en la línea que corría entre el césped y el mar. Quizá por el brillo y la plástica expansión de la escena, se veían inusualmente serenos para ser recién casados. De lejos, con el fondo de los pinos y el mar, los kimonos lucían más frescos y coloridos, me pareció, que de muy cerca. La gente que venía a Kawana pertenecía a la clase acomodada.
—Recién casados, todos, supongo— dije al Maestro, con una envidia próxima al resentimiento.
—Han de estar aburridos—musitó.”


Kawabata fue además un reconocido periodista, y aunque se rehusó a participar del fervor militarista durante la Segunda Guerra, no estuvo de acuerdo con muchas de las reformas posteriores. La guerra fue una de sus influencias más importantes (al igual que la muerte de toda su familia durante su infancia), y poco después de la guerra declaró que a partir de entonces sólo podría escribir elegías. Si bien su obra ciertamente contempla el tema de la mortalidad, lo efímero de la existencia, y la condición fundamental de soledad del ser humano, sus creaciones son elegías a la vida. A través del arte y a través de técnicas tradicionales y vanguardistas, embellece la muerte y las pérdidas graves en la vida al mismo tiempo que elogia el deseo amoroso y la hermosura.

El Maestro de Go, que él considerara su mejor obra, es una crónica cuasi-ficcional del último enfrentamiento del Maestro de esta disciplina con un adversario más joven. Éste es un relato que muestra la obsesión del autor por la muerte y sus reflexiones en torno a ella, como ejemplifica este fragmento:

“Rasgué el sobre, y de inmediato quedé fascinado con el rostro del muerto. Las fotografías eran espléndidas. Parecían las de un hombre dormido, y al mismo tiempo tenían la paz de la muerte. Yo me había arrodillado al lado del maestro yacente, de modo que lo veía desde un ángulo. La ausencia de una almohada era señal de muerte, y la cara estaba levemente lanzada hacia atrás, así que la potente mandíbula y la boca grande, imperceptiblemente entreabierta, se destacaban aún más. La poderosa nariz se veía incluso casi opresivamente grande. En los pliegues de los ojos cerrados y en la frente, pesadamente oscurecida, se revelaba una profunda pena.”


Pero El maestro de Go es al mismo tiempo una representación simbólica de la decadencia de las tradiciones y el inevitable triunfo de la occidentalización del país. También puede ser interpretada como una metáfora de la derrota japonesa en la Segunda Guerra, y los cambios que ella acarrearía. Kawabata crea una figura del Maestro, no tanto para representar al individuo histórico, sino para evocar aquella sensibilidad que simbolizaba, que era la opuesta a la del adversario moderno y racional.

La posguerra

Después de la Segunda Guerra se puso de manifiesto el empuje de una generación joven, que venía publicando entremezclada con los mayores y al comprender que las cosas no cambiaban tan radicalmente como se había pensado, empezó a cuestionar los valores que se les proponían y la situación concreta de la nueva sociedad. En este período comienza la carrera de escritor de Yukio Mishima.

Yukio Mishima (1925 – 1970)

Proveniente de una familia de burócratas, la vida de este autor estuvo marcada por la figura de su abuela, quien lo criara durante sus primeros años. Ésta mujer, de raíces aristocráticas pero casada con un simple funcionario, dejaría una impresión profunda en la psique de su nieto debido tanto a su precaria salud y a sus excentricidades como a su amor hacia la tradición artística japonesa, especialmente las formas teatrales del Noh y el Kabuki.

Al iniciarse la Segunda Guerra, Mishima fue reclutado para combatir, pero en una revisación médica preliminar, alegó tener síntomas de tuberculosis, y fue dado de baja, hecho que lo marcaría para toda la vida. Después de la guerra, trabajaría como funcionario hasta la publicación de su primera novela de éxito, Kamen no Kokuhaku (Confesiones de una máscara) en 1948. Sus obras más reconocidas son: Kinkakuji (El Pabellón de Oro) de 1956, El marino que perdió la gracia del mar de 1963 y su tetralogía de 1970 El mar de la fertilidad compuesta por Nieve en primavera, Caballos desbocados, El templo del alba y El ángel en descomposición.

El Pabellón de Oro relata un hecho verídico sucedido en 1950: la destrucción ígnea del templo homónimo por uno de sus monjes. Mishima reconstruye narrativamente la historia del pirómano tomando como su motivación principal la obsesión por el Pabellón como encarnación de la belleza. En esta obra, el autor contrasta lo sublime de la arquitectura del templo con el patetismo de la vida de su protagonista, quien desarrolla una fijación malsana por él, hasta el punto de volverse incapaz de apreciar otra belleza o experimentar otro goce fuera de su contemplación.

“La idea de incendiar el Pabellón de Oro me había llegado de la manera más abrupta: pese a todo me iba a maravilla, ajustándose a mí tan perfectamente como un traje hecho a medida. Era como si no hubiese estado pensando más que en ella desde el día de mi nacimiento. En todo caso, desde el día de mi primer encuentro con el Pabellón de Oro, en compañía de mi padre, esta idea se había desarrollado en mí, aguardando, por así decirlo, el momento de mostrarse. El sólo hecho de que el templo de oro hubiese parecido al adolescente, que era yo entonces, de una belleza sin par en este mundo, contenía ya las distintas razones propias para hacer de mí un incendiario.”


Sus novelas podrían transcurrir sin demasiadas modificaciones en entornos occidentales. No ocurre esto con su dramaturgia, que se ciñe a las pautas del teatro típico japonés.

Fiel al espíritu del samurai, Mishima se sentía muy afectado por los cambios producidos en el estilo tradicional de la vida japonesa por la modernización occidental y este tema era constante en sus escritos.

Marguerite Yourcenar, en su libro Mishima o la visión del vacío dice:

“Casi podría decirse que, hasta la edad de cuarenta años, aquel hombre que no había sido afectado por la guerra —al menos así lo creía él — realizó en si mismo la evolución experimentada por el Japón entero, que pasó enseguida del heroísmo en los campos de batalla a la aceptación pasiva de la ocupación, reconvirtiendo sus energías en el sentido de esa otra forma de imperialismo que es la occidentalización a ultranza y del desarrollo económico cueste lo que cueste.”

El 25 de noviembre de 1970, Mishima y cuatro de sus seguidores tomaron una oficina de una base militar en Tokio. El escritor dio un discurso atacando la constitución japonesa luego de la segunda guerra mundial e instó a las Fuerzas de Autodefensa Japonesa a rebelarse en un esfuerzo por salvar a la cultura tradicional japonesa. Ante los abucheos del público, se retiró al interior del edificio y allí se suicidó siguiendo el rito samurai (seppuku).

Su muerte fue considerada como su protesta final contra la moderna decadencia japonesa, pero “(…) aquel suicidio no fue, como creen los que nunca han pensado en tal final para sí mismos, un brillante y casi fácil gesto, sino un ascenso extenuante hacia lo que aquél hombre consideraba en todos los sentidos de la palabra, su fin propio.”

El cuento Patriotismo sirve para ilustrar su concepción del suicidio ritual. La meticulosidad y atención al detalle que demuestran, no solo el autor, sino los personajes, en este relato del suicidio de un teniente renegado y su esposa son características representativas del ser japonés.

“Al mirar la esbelta figura blanca de su mujer, el teniente experimentó una extraña excitación. Estaba por llevar a cabo un acto que requería toda su capacidad de soldado; algo que exigía una resolución similar al coraje que se necesita para entrar en combate. Sería una muerte no menos importante ni de menor calidad que si hubiera acaecido en el frente de batalla.

Por unos instantes, el pensamiento llevó al teniente a elaborar una rara fantasía. Una muerte solitaria en el campo de lucha, una muerte frente a los ojos de su hermosa esposa… una dulzura sin límites lo invadió al experimentar la sensación de que iba a morir en aquellas dos dimensiones, conjugando la imposible unión entre ambas.

Éste debe ser el pináculo de la buena fortuna’, pensó. El hecho de que aquellos hermosos ojos observaran cada minuto de su muerte, equivalía a ser llevado al más allá en alas de una brisa fragante y sutil.

Presentía, en aquella circunstancia una suerte de merced especial, vedada a los demás, a él sólo dispensada. El teniente creyó ver en su radiante esposa, ataviada como una novia, el compendio de todo lo amado por lo cual iba, ahora, a entregar la vida. La Casa Imperial, la Nación, la bandera del Ejército. Todas ellas eran presencias que, como su esposa, lo observaban atentamente con ojos transparentes y firmes.”


Haruki Murakami (1949-)

Es uno de los autores contemporáneos más reconocidos, y sin duda el más popular en la actualidad en Japón. Nació en Kyoto y se licenció en Literatura por la universidad de Waseda. Lo que diferencia a Murakami de la mayoría de los autores japoneses es su interés en la literatura norteamericana, al punto en que tradujo obras de escritores como John Irving, Truman Capote, F. Scott Fitzgerald y Raymond Carver. Después de recibirse, abrió un bar de jazz en Tokio, que regenteó por siete años, lapso durante el cual escribió su primera novela, titulada Kaze no uta o kike (Escucha cantar al viento), por la cual ganó el primer premio en un concurso. Esto lo inspiró a seguir escribiendo y publicó otras cuatro novelas, que recibieron diversos premios, hasta que en 1987, logró el reconocimiento popular con Norwegian Wood (traducido muy libremente como Tokyo Blues), que lo convirtió en una superestrella. Por ello, dejó Japón, vivió en el Mediterráneo por tres años y luego viajó a Estados Unidos, donde enseñó Literatura en la Universidad de Princeton.

En este período publicó una de sus mejores obras, Al Sur de la Frontera, al Oeste del Sol, una novela en la que es más patente la identificación entre autor y protagonista, tanto por similitudes superficiales como por su proximidad generacional. El protagonista muestra un grado de madurez, de culpa de clase media alta y desengaño que no muestran sus otros personajes, temáticamente similares pero más jóvenes e ingenuos. Es un relato muy introspectivo en el cual, sin embargo, pueden rastrearse algunas huellas de temáticas más generales, como la sensación de vacío ante la rápida adopción del sistema capitalista en detrimento de la sensibilidad japonesa; o el desencantamiento de los jóvenes después de los años 70:

“El primer año fui a varias manifestaciones e incluso me enfrenté a la policía. Participé en huelgas estudiantiles y asistí a asambleas. Así conocí a muchas personas interesantes, pero jamás me apasionó la lucha política. Me sentía incómodo dando la mano a quienes estaban a mi lado en las manifestaciones y, cuando arrojaba piedras a las fuerzas antidisturbios, tenía la impresión de que había dejado de ser yo. `¿Es eso realmente lo que querías?’, me preguntaba. Era incapaz de sentirme solidario con la gente que me rodeaba. El olor a violencia que inundaba las calles, las palabras contundentes que la gente pronunciaba, iban perdiendo poco a poco su brillo en mi interior.

(…) Y un día me di cuenta de que había finalizado la era de la política. Aquél oleaje imponente que durante un tiempo había sacudido el siglo, perdió su empuje y acabó engullido por una cotidianeidad inevitable y desprovista de color.”

Entre 1994 y 1995 se publica Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, novela que fusiona sus tendencias fantásticas y realistas. También posee más conciencia social que sus trabajos previos, tratando en partes con el espinoso tema de los crímenes de guerra japoneses en Manchuria. Los críticos consideran a Crónica del pájaro que da cuerda al mundo como la mejor novela de Murakami. Por ella, el autor ganó el premio literario Yomiuri, que le fue entregado por Kenzaburo Oé, uno de sus antiguos detractores.

Esta obra es muy interesante por la multitud de temas que se entrelazan, más o menos caóticamente, alrededor de una historia en apariencia muy simple, que comienza cuando la mujer del protagonista lo abandona inexplicablemente. Sin embargo la trama se dispara en direcciones impredecibles, dotando a la novela de una complejidad que la hace susceptible a múltiples interpretaciones. Elementos históricos reales como los de la guerra chino-japonesa, así como la corrupción y la demagogia en la política contemporánea; se mezclan con la aparente irrealidad de un misticismo típicamente oriental que rompe las barreras del tiempo y el espacio a la hora de confrontar la lucha interna del protagonista con un mundo cada vez más ajeno y surrealista.

Mientras que en la ficción japonesa de principios del siglo XX los personajes podían elegir conscientemente la tradición japonesa (y esa era generalmente su elección), en la ficción de Murakami esto ya no es posible ya que sus protagonistas están inmersos en una sociedad traumatizada y sin memoria, víctima de la velocidad de los cambios. Aceptan la occidentalización como hecho histórico, no como presente sujeto a cambio.

Los críticos de Murakami suelen atacar lo que consideran su aceptación acrítica de la penetración cultural estadounidense, así como su abundancia de referencias a la cultura norteamericana en detrimento de las de la cultura propia. Sin embargo, la mayoría de estas alusiones son meramente superficiales, debido a las preferencias del autor, aunque otras claramente simbolizan la adopción de la mentalidad capitalista típicamente norteamericana y sus objetos de consumo. Pero lo que los críticos no consideran es que Murakami no acepta estos elementos sin cuestionarlos, sino que los utiliza como argumentos en contra del materialismo vulgar que parece invadir a su país, y que sus personajes intentan, dentro de sus posibilidades, trascender.

En esta ponencia hemos intentado mostrar los temas y estilos de los que se valen estos autores contemporáneos y hemos visto cómo su escritura se fue permeando por elementos de la traducción occidental.

En Akutagawa vemos la adopción de géneros occidentales para el tratamiento de temas folklóricos japoneses, en Kawabata se mantienen los temas tradicionales pero percibidos a través de ciertos ismos vanguardistas como el neo – impresionismo. Estos autores no hablan expresamente de las contradicciones entre la tradición y la modernidad occidental, si no que las tratan de manera sutil. Mishima no rechaza la cultura occidental, al contrario, la adopta en gran medida. Lo que él si rechaza es lo que percibe como debilidad del pueblo japonés y sus gobernantes que, encandilados por las ideas foráneas, se someten acríticamente hasta la degradación de sus valores.

Murakami critica el materialismo ya no como idea importada, si no por la sensación de vacío que produce, tanto en Oriente como en Occidente. A diferencia de sus predecesores, ya no percibe estas contradicciones que son obsoletas dentro del mundo globalizado.

Bibliografía

Akutagawa, Ryunosuke, “Los kappas” en Rashomon y otros relatos, Ed. Longseller, Bs. As., 2003.
Kawabata, Yasunari, El Maestro de Go, Ed. Emecé, Bs. As. 2005.
Mishima, Yukio, El Pabellón de Oro, Ed. Seix Barral, Bs. As. 2002.
Mishima, Yukio, “Patriotismo” en La perla, Ed. Siruela, Madrid. 2000.
Yourcenar, Marguerite, Mishima o La visión del vacío, Ed. Seix Barral, Bs As. 2002
Murakami, Haruki, Al sur de la frontera, al oeste del sol, Ed. Tusquets, Bs As. 2005.
Murakami, Haruki, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Ed. Tusquets, Bs. As. 2001


(*) Los autores son profesores e investigadores de la Universidad Nacional de Rosario. Conferencia dictada en II Congreso Internacional Encuentro de Mundos. Pasajes Interculturales, celebrado los días 27, 28 y 29 de Octubre de 2005 en la ciudad de Rosario, Argentina, y Organizado por el Centro de Estudios Orientales, el Centro de Estudios de Literatura Francesa y la Escuela de Letras de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Analecta Literaria agradece muy especialmente a nuestra asesora académica, Lic. Sonia Yebara, organizadora del Congreso y directora de las instituciones auspiciantes, por permitirnos reproducirla. 
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